jueves, 20 de marzo de 2014

Aros de cebolla.

La espalda recta, antebrazos apoyados ligeramente en el margen de la mesa mientras que elegante y con firmeza coge su servilleta, perfectamente doblada, y la pasaba por sus labios. Bocado tras bocado su postura no varía salvo detalles mínimos no reseñables.  Nada en su aspecto en su forma de comer indicaban falta de orden,  precariedad de organización o estética aleatoria. Su pañuelo al cuello beige con motivos florales en tonos tostados, a juego con su abrigo, sus pantalones, su bolso y sus zapatos. Impecables. Sólo el lazo con el que los ató aquella mañana detonaban la equidad del aspecto de esta señora. Come su ensalada frente al que sin ninguna duda es el hombre con el que ha compartido la mayor parte de su vida, tras ellos en la mesa contigua, dos adolescentes, chico y chica, decoraban sus whoppers mientras conversan tranquila y sosegadamente. Son sus hijos porque sin la menor duda compartían la misma constitución ósea que su progenitor, son lo que se suele decir grandes y fuertes. Porque del padre de esta singular familia no puedo decir mucho más pues sólo puedo contemplar su gran espalda y el empobrecido espesor de su cabello a la altura de la coronilla.
Pero todo esto venía a cuento porque durante los 30 ó 40 minutos que estuvimos compartiendo terraza en la mesas de aquel restaurante de comida rápida no se dirigieron ni una sola palabra, quizás alguna mirada, corta y más casual que causal, pero ni una sola palabra. Cuando terminó retiró su bandeja al centro de la mesa y estiró el brazo abriendo la mano hacia él, este la tomó como distraído entrelazando sus dedos y permanecieron así durante unos instantes que me parecieron, como mera e incansable observadora de la escena, increíblemente hermosos. Luego le dijo algo, se levantó y desapareció por uno de los pasillo del centro comercial dejando a su familia en el mismo orden con el que empezó todo.
Y hay yo. Con un ojo controlando a mi Cachorro mientras saltaba y divertía con un nuevo amigo en el Play King y el otro, el ojo que me quedaba libre, reflexionando sobre la vejez, la soledad, la amistad, el silencio, o el extraordinario privilegio de poder compartir la vida con una persona, con la persona 'elegida', paso tras paso.
Se escapa a mi entendimiento si es el estar en el momento apropiado en lugar indicado o es algo que se busca y se encuentra. Si se trata de suerte, azar, destino o del Yin o del Yang. No se trata de convertirte en la protagonista de una comedia romántica, o ser visionario en eso de encontrar medias naranjas, la llave de la felicidad, o la lámpara maravillosa que frotándola consigues tres estupendos deseos.
No lo sé.
Solo son divagaciones de una madre en una terraza de un centro comercial escuchando sus propios pensamientos. Mientras su Cachorro saltando se divierte.

domingo, 2 de marzo de 2014

Humeante entre sus manos.

Quien no se ha quedado meditando tras sus cristales al ver la lluvia caer frente a su ventana, es una situación trabajada multitud de veces por el mundo del celuloides y que funciona, pensadlo: alguien descalzo con una taza de un líquido humeante entre sus manos, mechón de pelo sobre su cara y la mirada perdida en la infinidad de gotas que mojan el asfalto. La única luz que ilumina la escena es la que entra por la ventana. Una luz suave, dulce, melancólica, que divide la cara de nuestro protagonista en dos, una parte en la sombra, la de la habitación, y la otra en la luz, la más cercana al exterior. Momentos de reflexión profunda, el personaje se conecta con su lado mas sensible, más humano, más vulnerable. Porque esa luz que nos devuelve su rostro parece tener un aura mágica, hace que sincronicemos nuestra respiración con la suya.  Que nos calentemos las palmas al contacto con esa taza.
Mis emociones más básicas fluyen al ritmo que marcan las gotas tras el cristal. Como lo hacen los limpiaparabrisas con sus zip zap constante y rítmico en el interior del coche. O el repicar de las decenas de gotas que golpean mi paraguas.
Es el poder que tiene los días de lluvia sobre mí. Me ayudan a conectarme con mi yo más transcendental. Vienen con sus elementos orquestados para deslizarme y zumbullirme de lleno...
en mi más sensible, humano y vulnerable lado.


Y tras la lluvia viene el renacer, es como si todos los componentes aguardaran listos para volver a ponerse en marcha comenzado una nueva etapa. Pero esta vez limpia, mucho mas amable.



Lluvia. (Federico García Lorca).

La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
[...]