miércoles, 25 de abril de 2012

Se oyen unos susurros.

Caminando contigo los miedos desaparecen Pi, me querido medio pomelo. No quiero decir que de repente chasqué mis dedos y ya no estén. El pavor inicial, el estremecimiento al principio cuando notas que tu cuerpo y tu mente se preparan para la acción negativa, para la ansiedad, se evaporan, se diluyen, con sólo recordar que estas a mi lado.

El odioso ruido del tráfico a través del doble acristalamiento era siempre el escenario cotidiano de los sonidos de sobremesa de esta casa; en el salón el balcón hacía de caja de resonancia haciendo que se multiplicara el molesto ronroneo, era urgente la inversión del aislamiento de todas las paredes exteriores del piso, eso pensaba mientras se dirigia a retomar su labor de redactar el octavo email en busca de trabajo, para mediados de septiembre y de tiempo parcial. Sonreía mientras afirmaba esto con su voz interior.
Había perdido de nuevo el hilo, tenía que comenzar a buscar el nombre completo y correcto de la empresa a la que se dirigiria en esta nueva misiva. Busca la tetera con la vista, no está demasiado lejos, puede alcanzarla sin necesidad de mover su eje central del sillón, este debe de ser el punto de máxima vagancia alcanzado en el día de hoy, vuelve a sonreír.
Se estira lo mínimo necesario y llena su taza de infusión de mediodía, que no la de la noche, de calentita y deliciosa esencia de vainilla y azahar con una nubecita de leche de soja. Qué graciosa expresión, piensa: 'una nubecita'...dibujando una vez más esa sonrisa. Cogiendo el recipiente con las dos manos, y notando que le separa de abrasarle las palmas un par de grados centígrados más, intenta retomar su tarea. Sopla con fuerza el que será su próximo sorbo. Vuelve a soplar. Una vez más. Dos click de ratón más y .... .
Una vocecita dulce y suave le vuelve a alejar de su concentración: ¡mamá! ¡mamá!...ya me he despertaooo.  Y de nuevo la sonrisa que le lleva acompañando vuelve hacer su aparición. Levanta la vista del portátil y dirigiendose hacía la puerta grita suavecito: ¿Pi vas tú?. 



En unos instantes se oyen unos susurros, provienen del dormitorio principal, charlas programadas y secretos suavecitos al oído. Compartidos. Preguntas y respuestas que a diario enriquecen el guión preestablecido por los mismos miembros de esta familia. ¿Cómo has dormido?. Bien. ¿Con qué has soñado?. Con cosas bonitas. ¿Quieres dormir más?. No. ¿Nos llevamos el cocodrilo al salón? Sí. 
La sonrisa desde el sillón aparece de nuevo, con los ojos de par en par espera, previsualiza la escena, apareceran los tres, el tercero es el cocodrilo ¡claro!. Desde las sombras del pasillo avanzan descalzos con los ojos achinaditos por el baño intenso de luz del salón, mofletes ligeramente rosados y tremendamente calentitos, los brazos estirados hacia el eje central del sillón son la avanzadilla de este trío. Después besos, besos y más besos.

Y adivinad: ¡¡¡de nuevo esa sonrisa!!!.

Caminando con vosotros esteré segura. No quiero decir que nada malo me ocurrirá, nos ocurrirá, pero estando los tres, bueno los cuatro le haremos un hueco al cocodrilo, todo será más fácil, más divertido; aprenderemos de los inconvenientes de no vivir en un mundo perfecto siendo felices. Y cada vez que te despiertes Cachorro estaremos aquí para preguntarte con qué has soñado.


martes, 24 de abril de 2012

Caritas de recién despertados.

Una mochila rosa apagado, con un bolsillito poco agraciado en la parte de abajo delantera, era azul como sin brillo. Los colores no representaban para nada la luz cálida, cándida, que emitia esta bolsa tan especial de uso escolar. Era una de esas que se cierra con una gran solapa superior enganchada con un broche plateado. La decoraba un dibujo de un caballo blanco alado que dejaba una bonita estela con la forma y el brillo del arcoiris. Eramos pequeñas, yo y mi mochila. La llenaba de libros, libretas, estuches, buenos ratos, risas complices, ojos atentos y la cerraba; sobre un solo hombro bajábamos al comedor. Tomaba mi desayuno. Y de nuevo en el mismo hombro, seguíamos bajando, a cada escalón se intensificaba el olor a café, el tintineo de tazas y platos, las voces de obreros que parecían ofuscados. Al abrir la puerta todo este pequeño mundo se multiplicaba por mil. Manos que acariciaban mi cabeza nos acompañaban hasta la puerta de la calle, una mirada hacia detrás de la barra y un gesto de adiós.

El aire fresco y el sol directo hacía que mi mirada se dirigiera durante unos instantes al asfalto, apreciando las sombra duras que dibujaba caprichoso. Al levantar la vista otros niños caminaban con nosotros; sus voces, sus sonrisas, sus caritas de recién despertados, nuestras mochilas al hombro. Recorríamos tranquilos pero sin pausa las dos calles que nos llevaban hasta la Escuela. Recuerdo ese trayecto, tranquilo, en paz, nuestras conversaciones circulaban alrededor de juegos y chascarrillas de la tarde anterior o sobre novelas televisivas y series de dibus que eclipsaban a toda la familia, grandes y pequeños.

Al atravesar la cancela principal el ambiente se transformaba, el color de cielo se volvía más sólido, la melodía de la mañana se alimentaba de un griterío pueril que fácil te cogía de la mano y dificilmente te soltaba hasta bien entrado el día, el oxigeno reafirmaba su composición molecular a cada paso, era como si cruzaras a un universo paralelo, dónde la estrella de Cheriff dorada y reluciente cambiaba de camisa, ahora los máximos mandatarios eran esas personas estiradas y lejanas, había excepciones pero en mi caso eran los menos, a los que llamábamos maestros. El único lazo de unión, cordón umbilical, con mi mundo de origen era esa mochila. En ella se encontraba el totem de mi hogar.
Cuando el patio de recreo quedaba atrás un pequeño porche enmarcado por un sencillo arco blanco nos daba la bienvenida. Eran dos, uno para dar entrada a las aulas de tercero, cuarto y quinto, a los niños chicos. Y el segundo, para sexto, séptimo y octavo, de mujeres y hombre hechos y derechos con un porvenir radiante por delante, ¡o al menos esa era la impresión que tenía cuando usaba el primero de ellos!.
Esos porches eran la antesala, la salita de espera, cobijo los días de lluvia y abrigo los de mucho frío, a unas puestas verdes, estas sí que eran realmente la frontera, la línea divisora. Una vez atravesadas, ya no había vuelta atrás. Pasaba mi brazo por la parte de atrás para notar el tacto pesado de mi querida mochila rosa, compañera infatigable, y comenzar un nuevo día.


Mi Cachorro empieza el Cole en septiembre. Estos días han sido los de buscar el más adecuado, la inscripción, la confirmación del definitivo. Ya me imagino a mi pequeño preparando su mochila, los desayunos rápidos y el camino a su querido Sancho Panza. ¿Qué nuevas aventuras nos esperan?.
Y tú querida mochila rosa apagado has sido mi amuleto, mi llave al pasado; estes, dónde estes te llevaré siempre sobre mis hombros, a mi espalda.







jueves, 12 de abril de 2012

Ese líquido cristalino.

Pasan los días, las semanas, no me doy cuenta que esto se mueve. El mundo no se parará para dejarme hacer, dejarse llevar puede estar bien, claro que sí, pero no muy seguido. Dejadme estar cinco minutos con mi mundo interior, y esperar. Esperar a que las burbujas comiencen a subir poco a poco, a escalar unas por encima de otras, el líquido cristalino se transforma en un ente deseoso de salir del recipiente que le abraza, y de repente, la ebullición. Como una pastilla efervescente en mitad de su destrucción. Entorno blanco. Torbellino que no deja pasar la luz. No se deja ver, ni por fuera ni por dentro. Se cierra hermético ante la mirada inocente de quién no quiere ver más allá. Hay que averiguar; aprender a andar sin tropezar con obstáculos indeseados. Y para cuando quieres darte cuenta, el líquido se quedó cristalino, el movimiento cesó, y todo se quedó en nada, en lo que era: un simple vaso de agua incolora, insabora e inodora. Tienes la mente despejada, despierta.
A pesar de lo que creía, cada día en cualquier momento, puedo verme dentro de este caos, al ser consciente, despierto y vuelvo a la realidad.
Imagino que esto es lo que llaman cordura.
Quedarse atrapado debe de ser horrible. Más aún sabiendo que puedes bajarte cuando lo decidas, pero de repente tu cuerpo se queda inmóvil, desobedece las ordenes claras y directas de tu sentido,  apabullado por la situación busca la salida de emergencias frenético, revienta tus oídos, endurece tu alma, atrofia tus reflejos y se planta: ¡basta!.
Sí, sí, acabo. Porque como siga por este camino describiré en primera persona el término: L O C U R A.

lunes, 9 de abril de 2012

Pupas, tiritas y betadine.


Hemos estado en el pueblo y ha tocado ración de: primos, parque, arroz con leche, fútbol, pelota, Chiqui y Sinra, abuelo, Casera blanca y patatas con ketchup del tite Juani, chicha de la abuela insuperable, tites y titas, golosinas deliciosas en miles de millones, bichos de todo tipo y tamaño, pupas, tiritas y betadine.